sábado, abril 12, 2025

HATFIELD AND THE NORTH (1974)

El álbum debut de Hatfield and the North, lanzado en 1974 por el sello Virgin, es una de las piedras angulares del movimiento de Canterbury, donde convergen el jazz-rock, la psicodelia y el progresivo británico con una naturalidad inquietante. Formado por músicos provenientes de bandas como Caravan, Egg o Matching Mole, el grupo construye un universo sonoro en el que la técnica se pone al servicio de la propia música, la exploración y la sensibilidad melódica. A lo largo de los quince cortes que conforman el LP, la banda evita el formato canción, apostando por una secuencia fluida de pasajes que se entrelazan como si fueran parte de un sueño continuo.

La participación de voces femeninas etéreas (las Northettes: Amanda Parsons, Barbara Gaskin y Ann Rosenthal), así como la aparición estelar de Robert Wyatt en “Calyx”, otorgan al disco una dimensión coral y vaporosa que acentúa su carácter onírico. Los títulos de las piezas, tan excéntricos como “Lobster in cleavage probe” o “Gigantic land crabs in Earth takeover bid”, revelan el humor británico y la irreverencia lúdica del grupo, sin que esto reste profundidad musical. La interpretación instrumental es impecable: las líneas de bajo de Sinclair son juguetonas pero precisas, los teclados de Stewart aportan color y misterio, y la batería de Pyle aporta una fluidez rítmica inusual, más cercana al jazz que al rock.

Grabado en The Manor y coproducido por Tom Newman, el álbum suena intemporal, como si hubiese sido compuesto al margen de modas o expectativas comerciales. Su estructura fragmentada, lejos de desorientar, invita a una escucha abierta y contemplativa. Más que un producto de estudio, se percibe como una conversación constante entre músicos que se conocen profundamente y que entienden la música como una forma de libertad compartida.

Hatfield and the North no busca impactar, sino permanecer. Es un álbum que emociona, que asombra sin necesidad de imponerse. En su aparente ligereza se esconde una de las obras más delicadas y personales del progresivo británico. Escucharlo es recordar que la música, cuando nace del juego honesto entre amigos, puede tocar lugares que ni siquiera sabíamos que teníamos dentro.

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