Kit Watkins, un maestro de los teclados con una sensibilidad única, nos entregó en 1981 Labyrinth, su primer álbum en solitario tras su paso por Happy the Man y Camel. Este trabajo es una fascinante exploración sonora que combina progresivo, jazz fusión y ciertas esencias new age, todo envuelto en una atmósfera evocadora. Acompañado únicamente por el percusionista Coco Roussel, Watkins se encarga de todos los demás instrumentos, mostrando una versatilidad impresionante. Desde el primer tema, “Glass of time”, queda claro que estamos ante una obra que abraza las convenciones del rock progresivo, con melodías intrincadas y cambios de tiempo sorprendentes que recuerdan a la escuela de Genesis o los propios Camel, pero con un sello muy personal.
El disco despliega una riqueza tímbrica notable. “Mt. St. Helens”, por ejemplo, es un despliegue de potencia rítmica con un aire casi cinematográfico, mientras que “Spring 1980” nos lleva a un lugar más etéreo y delicado, mostrando la capacidad de Watkins para crear paisajes sonoros emotivos con su piano. La pieza central, “Labyrinth”, con sus más de siete minutos de duración, es una obra maestra de texturas y progresiones armónicas, inspirada en los viajes del músico por el metro de Washington D.C. Este tipo de detalles dan un carácter casi narrativo a la música, sumergiendo al oyente en una experiencia sensorial que va más allá de la simple escucha. Se percibe la influencia de la escena de Canterbury en piezas como “Two worlds” y “4 bars-1 unit”, que combinan el lirismo melódico con estructuras complejas al estilo de Matching Mole o National Health.
Hacia el final del álbum, “Cycles” nos muestra un Watkins más experimental, anticipando su inclinación hacia la música ambient y new age de trabajos posteriores, funcionando como una especie de epílogo contemplativo tras la intensidad de las composiciones anteriores. Es un cierre inesperado, pero que en retrospectiva da coherencia a la trayectoria posterior del artista, quien siguió explorando paisajes sonoros cada vez más atmosféricos y minimalistas.
Labyrinth es una joya oculta dentro del rock progresivo, un testimonio de la genialidad de Kit Watkins y su capacidad para construir mundos sonoros con una riqueza y profundidad pocas veces vistas. Es un álbum que no busca deslumbrar con virtuosismo desmedido, sino que invita a una escucha atenta, casi meditativa. Como todo laberinto, su recorrido es complejo, a veces desconcertante, pero al final nos deja con la sensación de haber descubierto algo nuevo y maravilloso en cada rincón. Para quienes aman la música progresiva en su faceta más elegante y evocadora, esta es una obra imprescindible.