DAVID GILMOUR: RATTLE
THAT LOCK (2015, COLUMBIA
RECORDS)
- 5 A.M. 3:07
- Rattle That Lock 4:57
- Faces of Stone 5:34
- A Boat Lies Waiting 4:36
- Dancing Right In Front of Me 6:13
- In Any Tongue 6:48
- Beauty 4:30
- The Girl in the Yellow Dress 5:27
- Today 5:57
- And Then... 4:32
Formación:
David Gilmour: guitarras eléctricas
y acústicas, bajo, percussion, piano, órgano Hammond, piano eléctrico, saxofón,
voz y
Guy Pratt: bajo
Phil Manzanera: piano y teclados
Polly Samson: piano y voz
Steve DiStanislao: batería
Mica Paris:
voz
Louise Marshall y The Liberty Choir: voz
10/10
El problema de enfrentarte a un
disco en solitario de David Gilmour es que, presumiblemente, queremos que suene
a lo que se nos indica en la etiqueta: el guitarrista de Pink Floyd. Y no es así.
David Gilmour, como el resto de los integrantes de Pink Floyd, a excepción de algunos fragmentos de Roger Waters y en un par de ocasiones de Rick Wright, nunca ha sonado a Pink
Floyd. Y no es que no haya detalles en su discografía particular que recuerden
al cuarteto del Dark Side of the Moon,
que indiscutiblemente los hay. La cuestión es que cuando Gilmour compone un trabajo
en solitario se olvida conscientemente de su papel en Pink Floyd y da rienda
suelta a su amplia visión personal de la música hecha con calidad, porque esto
sí que no se puede negar en ningún momento. ¿No es cierto, además, que afirmó
que Pink Floyd habían terminado su singladura? Entonces, ¿por qué debería sonar
como Pink Floyd?
Estamos ante un trabajo maduro de
un hombre maduro: ya son, creo, 69 años, y la experiencia personal y sus propias
inquietudes individuales le han llevado a componer un disco sobre lo que más
sabe una persona a esas alturas: el transcurso de la vida, la propia vida. En
este caso, como en el anterior disco, On
an Island, musicalmente se ha recurrido al espíritu lánguido y sosegado
para componer un trabajo exquisito de formas, quizá menos en su fondo, pero no
puedo criticar nada que salga de los pensamientos internos de una persona que
compone para el conjunto global de oyentes y seguidores, que, unas veces alabarán,
su trabajo y otras quedarán menos satisfechos con el resultado final. Pero
insisto, no es un trabajo de Pink Floyd, es un disco de David Gilmour, un músico
inteligente, lleno de influencias desde sus orígenes y que sabe imprimir en un
trabajo sus ideas progresivas, pero sabe aderezarlas con pop, blues y jazz para dar un resultado satisfactorio
en dos direcciones: la personal del músico y la que disfrutará el verdadero
oyente de música.
No quisiera que esto se
considerara como un alegato de defensa hacia David Gilmour, que realmente no lo
necesita, y menos proviniendo de alguien en una posición tan humilde como la mía,
pero he considerado la necesidad, mi necesidad de espíritu floydiano, de hacer
un ejercicio profundo de crítica constructiva a raíz de haber leído crónicas
internacionales y nacionales de este, que yo considero, gran disco de 2015, en
las que casi se despreciaba la labor de un músico que no ha hecho otra cosa que
proporcionarnos un regalo a nuestros oídos y a nuestro interior quizá, ojalá no
sea así y me equivoque, quizá por última vez, por lo menos vocalmente hablando.
No voy a hablar de temas, casi
nunca lo hago, prefiero dar una visión global y en este caso me quedo con que
este disco de David Gilmour es un ejercicio introspectivo y muy íntimo en el
que se resume de forma, no lo olvidemos, personal de la percepción del
recorrido vital de una persona a lo largo de su existencia, dando como
resultado un artefacto melancólico, lánguido, unas veces poderoso y magnífico,
otras delicado y sencillo, lleno de sentimiento y con un sentido plausible por difundir
el punto de vista básico e imprescindible de una vida vivida, valga la
redundancia, llena de experiencias y expuesta desde la veteranía y la destreza.
En este sentido lo considero un disco
redondo, sin altibajos, poderoso en su ejecución y muy inteligente en su
producción, con exquisitos arreglos y distintos incisos musicales que no hacen
sino aumentar una calidad que no viene dada, simplemente, por el nombre del músico
que firma el disco. En este sentido, insisto, nos regala un producto adorable, íntimo
y personal y lo hace con el marchamo del que ya a estas alturas no necesita
demostrar nada porque cada trabajo, colectivo o individual, como es el caso que
nos ocupa, está hecho con dedicación, esmero y mimo.
David Gilmour ha vuelto a
tocarnos la fibra sensible. Exquisito.
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