De vez en cuando, y no con tanta
frecuencia como uno desearía, aparece un disco que no solo te gusta, sino que busca
modificar levemente la manera en que uno escucha, como si te enseñara a prestar
atención de nuevo. Someone Somewhere
de Acanthe es uno de esos raros milagros. Es un álbum que me ha conmovido por
su sinceridad, por su alma intacta. Lo que Frédéric Leoz ha logrado no es
solamente rescatar grabaciones polvorientas de una banda perdida de Grenoble;
es devolverles la vida con un amor que emociona. Hay una belleza melancólica
que fluye por estas canciones, una calidez propia de los discos que no fueron
diseñados para gustar, sino simplemente para existir. Y eso, queridos amigos,
es algo que nunca deberíamos dar por sentado.
Desde el primer tema, ese
luminoso “Someone somewhere”, uno ya siente que ha entrado en otro mundo. Los
teclados flotan como una niebla densa, mientras la guitarra de Michel Gervasoni
serpentea con un lirismo contenido, a veces rozando la delicadeza de Latimer, a
veces insinuando el aliento emotivo de Gilmour. Las referencias están ahí, Pink
Floyd, Genesis..., pero Acanthe no copia: reinterpreta, transforma, y hace suyo
ese lenguaje. A ratos oigo ecos de sus compatriotas de Memoriance o el espíritu
romántico de los canadienses Octobre y Morse Code. Pero lo que realmente
destaca es su manera de construir emociones desde la simplicidad. Nada aquí es
grandilocuente, y sin embargo todo parece importante, como si cada nota llevara
el peso de algo vivido y recordado.
Hay momentos que detienen el
tiempo. “Touch the sun”, por ejemplo, que desliza un aroma oriental sobre una
psicodelia de la mejor cepa, es el tipo de pieza instrumental que podría haber
surgido del rincón más místico de Gong. Pierre Chorier y Christian Gendry, cuyo
bajo aún resuena como si siguiera entre nosotros, no marcan el pulso: lo
encarnan. Y luego está “Meg Merrilies”, basada en el poema de Keats, donde la
música y la literatura se funden con naturalidad, sin aspavientos, como dos
viejos amigos reencontrándose. En “Oiseau de feu”, Acanthe vuela alto, muy
alto, con una gracia sinfónica que los hermana con esos otros nombres malditos
del prog francés, como Shylock, Arachnoid, Pentacle..., y que, en el fondo,
también son familia.
Pocos discos me han provocado este tipo de gratitud. Esto no es una mera reedición. Es un acto de justicia poética, un regalo tardío que llega en el momento preciso. Porque Someone Somewhere no busca un lugar en la historia: busca a quienes estén dispuestos a escucharlo con el corazón abierto. Y cuando te encuentra, ya no te suelta. Es un disco que respira, que sueña, que aún tiene cosas que decir, a pesar de haber dormido tantas décadas en el silencio. Quizá, y solo quizá, algunos discos nacen para no brillar en su tiempo, sino para encontrar el suyo cuando el mundo esté listo.

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