¿Recuerdas aquella vieja sensación al descubrir grupos como Moody Blues, Beggars Opera, Cirkus, Spring o Fantasy? Pues Cressida jugaron en esa misma liga, aunque, como la mayoría de los citados, ellos tampoco tuvieron la suerte de vender millones ni de llenar estadios. Su debut de 1970 en Vertigo suena como un diario íntimo escrito a media luz, pensado para ser recitado entre brumas más que para ser declamado ante multitudes. Un álbum que se abre tímido con “To play your little game” y pronto te atrapa en un mundo de órgano Hammond nebuloso y voces frágiles que se sienten como un secreto compartido.
Lo fascinante de Cressida es que no compite en grandilocuencia. Donde King Crimson alzaba catedrales sonoras y Genesis bordaba epopeyas, Cressida prefería levantar poemarios acogedores de belleza lírica. Escucha “Winter is coming again” o “Depression”: no son proclamas de gloria, son confesiones íntimas, relatos de invierno, melancolía abrigada en tres o cuatro minutos. Angus Cullen canta como quien duda de ser escuchado, y ese es precisamente el truco: te obliga a acercar el oído, como cuando alguien te habla en voz baja y no puedes evitar preguntar para querer saber más. Aquí es donde Cressida se adentra en los terrenos del downer rock, un estilo definido por su melancolía y la introspección que marca sus melodías y atmósferas.
El destino fue cruel. Su disco apareció el mismo día que el debut de Black Sabbath: mientras unos inventaban el heavy metal y acaparaban titulares, Cressida ofrecía el lado más frágil del progresivo, destinado a pasar desapercibido. Pero medio siglo después, el contraste los hace aún más fascinantes. “Tomorrow is a whole new day” no es un himno, es una rendición bellísima, como un amanecer apagado que sabe que traerá más luces que sombras. Y en esa renuncia está la verdadera épica: no la del clamor, sino la del susurro.
Escuchar hoy este álbum es entrar en un refugio secreto. No hay solos interminables ni pretensiones cósmicas, sólo canciones bien tejidas que respiran melancolía y belleza callada. Quizá por eso quienes lo descubren lo guardan en la memoria: Cressida no busca fascinar a todo el mundo, sino tocar suavemente a quien lo encuentra casi por casualidad. El vinilo parece tenderte la mano, diciendo que tu nostalgia tiene ecos en el pasado, que en 1970 otros la vivieron de la misma manera. Y ese puente invisible entre generaciones, esa complicidad íntima, es lo que convierte este disco en un tesoro escondido.

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