El álbum One Happy Day de Elixir, lanzado en 1986, representa un ambicioso intento de fusionar el rock progresivo con un pop sofisticado, con ciertas reminiscencias a bandas como los primeros Pendragon o, incluso, Azul y Negro, aunque sin el componente tecno de estos últimos. La banda malagueña, que compartió escenario con Tabletom en diversas ocasiones, presenta un trabajo con ideas interesantes y bien intencionadas, pero que en su resultado final carece de la profundidad necesaria para destacar dentro del género progresivo. Aun así, se pueden encontrar pasajes evocadores y una clara intención de sofisticación musical que le otorgan un sello distintivo dentro del panorama español de los años 80.
El dúo conformado por Carlos Salcedo (voz, flauta, guitarra y percusión) y Carlos Llorente (voz, piano, sintetizadores y bajo) asume la totalidad del trabajo interpretativo y compositivo, lo que, si bien demuestra su talento y versatilidad, también limita el alcance sonoro del álbum. La producción adolece de un sonido algo plano que no termina de realzar las múltiples capas e influencias que se intuyen en la propuesta. En algunos momentos, la música evoca lejanamente a Granada o incluso a Jethro Tull, gracias al uso de la flauta y ciertos desarrollos melódicos, mientras que en otros se acerca más a la línea sinfónica que posteriormente explotarían los hermanos Marés en Mascarada, aunque sin la estructura conceptual de estos últimos.
A pesar de sus limitaciones, One Happy Day deja algunos temas destacables que sobresalen por su calidad melódica y su espíritu evocador. "Dream of dreams" es quizás el tema más logrado, con una atmósfera envolvente que atrapa al oyente. "Melodies from the sea" despliega una sensibilidad especial en su construcción, mientras que "Close to the end" aporta una dosis de dramatismo bien logrado. Son en estos momentos donde se percibe el verdadero potencial de la banda, aunque la ausencia de una formación más amplia impide que estas ideas alcancen un desarrollo pleno. Es fácil imaginar cómo un mayor número de músicos podría haber enriquecido los arreglos y brindado una mayor variedad sonora al álbum.
En definitiva, One Happy Day es un trabajo con mérito, pero que se queda a medio camino entre la ambición y la ejecución. Se percibe el esfuerzo y la pasión de Salcedo y Llorente, pero también las limitaciones que conlleva un proyecto tan exigente llevado a cabo solo por dos músicos. No obstante, el álbum merece ser rescatado y apreciado dentro de su contexto, como una pieza singular en la historia del rock progresivo español. Quizás no cambió el curso del género, pero dejó una huella nostálgica en aquellos que saben valorar los sueños musicales que, por imperfectos que sean, nacen con el corazón en el lugar correcto.
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