Cuando descubrí Anomaly, el único disco de McLuhan, fue
como tropezar con una gema perdida en un océano de posibilidades sonoras. Este álbum,
lanzado en 1972, contiene no solo la esencia de una época efervescente, sino
también la ambición y el riesgo artístico de una banda que prefirió el arte
sobre la fama. Su historia, corta pero intensa, nace en las aulas de
McLuhan fue un colectivo
camaleónico. Su música, aunque anclada en el jazz rock y el progresivo,
atraviesa texturas que recuerdan a las primeras bandas de rock progresivo
británicas underground; en particular, se pueden escuchar ecos del estilo de
Warm Dust en el uso de la palabra hablada y los desarrollos instrumentales,
pero también a los King Crimson más melódicos o la locura orquestal de Zappa. Paul
Cohn, con su magistral manejo de saxofón, clarinete y flauta, y Dennis Stoney
Philips, cuya guitarra se pasea entre lo íntimo y lo explosivo, contribuyen a
un sonido que parece tanto europeo como profundamente americano. En temas como
"The monster bride", la banda muestra su inclinación por lo teatral y
un clima que parece evocar un cabaret oscuro, lleno de ironía y tensión.
Lo que más impacta es la
capacidad de Anomaly para ser
accesible y complejo al mismo tiempo. Temas como "Spiders (in Neal's basement)"
y "Witches theme and dance" juegan con dinámicas que oscilan entre lo
frenético y lo delicado. La sección de vientos aporta una calidez que recuerda
a Chicago, pero aquí se filtra a través de una lente más experimental y menos
comercial. Las influencias británicas están presentes, pero no como un eco; son
reinterpretadas con una sensibilidad única que las hace nuevas, frescas.
La evolución de la banda fue tan
fugaz como su existencia. McLuhan nunca llegó a presentar este álbum en vivo, y
quizás ese anonimato contribuyó a su estatus de culto. No puedo evitar preguntarme
cómo habría evolucionado su sonido si hubieran tenido la oportunidad de seguir
explorando. Sin embargo, esa inconclusión le da al disco un carácter casi
mítico, como si estuviera destinado a ser una obra única, irrepetible.
En definitiva, Anomaly no es solo un disco: es una experiencia, un manifiesto artístico que invita a perderse y encontrarse en sus laberintos sonoros. Si aún no lo has escuchado, te invito a sumergirte en esta obra maestra. McLuhan fueron un audaz relámpago sonoro, breve pero fascinante, que se apagó demasiado pronto.
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